
Un mito es cierto porque es eficaz, y no porque proporcione una información objetiva. Sin embargo fracasará si no nos permite comprender el significado profundo de la vida. Si funciona, es decir, si nos hace cambiar nuestra mente y nuestro corazón, si nos infunde esperanza y nos incita a vivir de una forma más plena, el mito es válido.
Después de varias horas de pavimento, de carreteras destapadas por montañas imposibles y caminos empinados, se llega a Aguadas Caldas, y la intención es dar con el paradero de “El Putas”, e indagar de primera o hasta de segunda mano por aquellas aventuras que convirtieron a un campesino de esta parte del mundo en uno de los personajes más famosos de Colombia: El Putas de Aguadas.
Al primero que se tope por las calles de Aguadas, usted puede indagar por El Putas, ¿Dónde está?, ¿Dónde vive?, ¿Quién es él?. Y las respuestas son variadas, unos dirán que es un mito que convive con Pata Sola, Madremonte y Llorona; otros que es el producto de escritores aguadeños que se han arriesgado a darle cacería al Putas a punta de palabras y otros dirán que todos en Aguadas somos el Putas.
No importa el tiempo que se pase investigando sobre el Putas, siempre encontrará una serie de teorías, hipótesis, conceptos, debates, discusiones, que aunque logren dar con la idea general, queda la certeza de que el pueblo es, de manera irrebatible y sin derecho a discusión, la tierra del Putas, que hubo un hombre alguna vez, de tan honda valentía y fortaleza, y que hizo quien sabe que cosas, durante quien sabe cuánto tiempo, pero al fin y al cabo suficientes para que, por toda la eternidad, se le conozca por lo que es y seguirá siendo por los siglos de los siglos amén, el único, el inconfundible… “El Putas de Aguadas”.
Se pueden agotar todas las estancias, investigar con los ancianos reunidos en la plaza, con parroquianos, pueblos y veredas vecinas, con letrados, eruditos y parroquianos y la única respuesta que hallarán sobre el origen del Putas de Aguadas, provendrán casi todas del mundo de la imaginación y las suposiciones, pero primero acordemos una cosa: que nadie puede negar que en Colombia decir Aguadas es casi decir el Putas, y si no que le pregunten a cuanto aguadeño haya por fuera de su pueblo si alguna vez no le han puesto este remoquete, o si no le han preguntado por la existencia del susodicho. Y esto que el título no es exclusividad suya. Porque aquí se puede ser costeño, pastuso, chocoano, llanero, cachaco o incluso gringo, pero si en algún momento se destaca por su habilidad en un oficio o por su extraordinaria pericia en cualquier tipo de actividad, no es difícil que otro le diga. “Vos si sos El Putas de Aguadas”. Además, todo el que tenga algo en exceso suele ser comparado col él, una reina puede ser más inteligente que el putas, un político más vivo que el putas, un futbolista más malo que el putas, un hombre estar más pelado que el mismísimo putas. Bien se ha dicho que el Putas pareciera ser la medida de todas las cosas.
Después de varias horas de pavimento, de carreteras destapadas por montañas imposibles y caminos empinados, se llega a Aguadas Caldas, y la intención es dar con el paradero de “El Putas”, e indagar de primera o hasta de segunda mano por aquellas aventuras que convirtieron a un campesino de esta parte del mundo en uno de los personajes más famosos de Colombia: El Putas de Aguadas.
Al primero que se tope por las calles de Aguadas, usted puede indagar por El Putas, ¿Dónde está?, ¿Dónde vive?, ¿Quién es él?. Y las respuestas son variadas, unos dirán que es un mito que convive con Pata Sola, Madremonte y Llorona; otros que es el producto de escritores aguadeños que se han arriesgado a darle cacería al Putas a punta de palabras y otros dirán que todos en Aguadas somos el Putas.
No importa el tiempo que se pase investigando sobre el Putas, siempre encontrará una serie de teorías, hipótesis, conceptos, debates, discusiones, que aunque logren dar con la idea general, queda la certeza de que el pueblo es, de manera irrebatible y sin derecho a discusión, la tierra del Putas, que hubo un hombre alguna vez, de tan honda valentía y fortaleza, y que hizo quien sabe que cosas, durante quien sabe cuánto tiempo, pero al fin y al cabo suficientes para que, por toda la eternidad, se le conozca por lo que es y seguirá siendo por los siglos de los siglos amén, el único, el inconfundible… “El Putas de Aguadas”.
Se pueden agotar todas las estancias, investigar con los ancianos reunidos en la plaza, con parroquianos, pueblos y veredas vecinas, con letrados, eruditos y parroquianos y la única respuesta que hallarán sobre el origen del Putas de Aguadas, provendrán casi todas del mundo de la imaginación y las suposiciones, pero primero acordemos una cosa: que nadie puede negar que en Colombia decir Aguadas es casi decir el Putas, y si no que le pregunten a cuanto aguadeño haya por fuera de su pueblo si alguna vez no le han puesto este remoquete, o si no le han preguntado por la existencia del susodicho. Y esto que el título no es exclusividad suya. Porque aquí se puede ser costeño, pastuso, chocoano, llanero, cachaco o incluso gringo, pero si en algún momento se destaca por su habilidad en un oficio o por su extraordinaria pericia en cualquier tipo de actividad, no es difícil que otro le diga. “Vos si sos El Putas de Aguadas”. Además, todo el que tenga algo en exceso suele ser comparado col él, una reina puede ser más inteligente que el putas, un político más vivo que el putas, un futbolista más malo que el putas, un hombre estar más pelado que el mismísimo putas. Bien se ha dicho que el Putas pareciera ser la medida de todas las cosas.
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